jueves, 15 de abril de 2010

Qué gente más rara

Tras la primera noche en el Sand Bay, nuestro jefe nos dio libre el primer día para poder dedicarlo a temas como abrir una cuenta en un banco y comprar lo que sea que necesitáramos para irnos adaptando a este entorno tan peculiar.


Gema y yo decidimos ir en busca de un banco, una tienda del tipo The Phonehouse (aquí se llaman Carphone Warehouse, como otras tantas cosas que en España tienen un nombre que luego aquí es otro totalmente diferente) para comprar un móvil británico y ver el tema de las conexiones a Internet, por eso de estar comunicados con España de alguna manera.


Lo del banco fue lo primero porque si no el sueldo luego no llega a ningún sitio. Nos atendió un tipo un tanto curioso llamado Sam, que tenía tatuajes en los brazos y una cara llena de pecas (no sé, pero me recordó a alguien). Si ya es complicado entender al empleado de un banco cuando estás en España, imagínate cuando éste te habla en inglés. El asunto es que finalmente nos hicimos la cuenta y después de unos días nos han enviado, supongo que por asuntos de seguridad, más de 8 cartas del banco para diferentes temas (tarjeta de crédito, otra tarjeta de crédito de una cuenta de ahorro, una carta con el pin de la primera tarjeta, otra con el pin de la segunda tarjeta, dos cartas más

para poder ver la situación de las dos cuentas en Internet, etc…).


Después fuimos a buscar un teléfono móvil y una conexión a Internet. Lo del móvil fue gracioso porque primero nos atendió un hombre al que nos costó bastante entender. Una vez que nos decidimos por un móvil (el más barato, obviamente), nos sentamos en una mesa con otro hombre que parecía estar en cierto estado de embriaguez. Efectivamente, pocos segundos después su aliento confirmó todas las sospechas. El amigo había estado bebiendo entre horas para hacer más ameno su día de trabajo. No sé si por su estado de embriaguez o porque nos vio cara de no ser de por aquí intentó colarnos una tarjeta de crédito para enviar dinero a otros países o no sé que historia. Por más que le decíamos que no, él nos iba a colocar la tarjeta hasta que ya Gema le dijo: “No, no, thak you but maybe we don’t use this card”, todo esto finalizado con un “Joder que pesao”.

Con el intento de contratar Internet, sí intento porque al final no pudimos, también vivimos una más que cierta odisea. Al parecer después, de estar intentando contratar la conexión la chica de la tienda nos dijo que es que necesitábamos haber estado viviendo en Inglaterra durante 3 años para poder contratarla. ¡Miau! Uno de los chicos españoles que ahí trabajando en el hotel, nos contó que se contrató una conexión a Internet cuando llevaba dos días aquí, así que como que no. (Después de varios días, por fin conseguimos contratar una conexión. Bueno mejor dicho, Gema consiguió contratarla, porque a mi parece que los ingleses estos de los cojones de Vodafone no quieren hacerme un contrato. Primero Gema se hizo su contrato sin problema ninguno y a mi me dijeron que necesitaban ver mi pasaporte. Al día siguiente llevo el pasaporte y es que en la central han dicho que no. Dos días más tarde vuelvo a probar y es que hay un problema con el banco. Voy al banco para intentar solucionarlo y mi cuenta está perfectamente. Así que al final he tenido que comprar un módem en plan pen drive y tengo que ir recargándolo todos los meses, algo es algo).


En poco tiempo me he dado cuenta de que los ingleses son un tanto chominosos y gilipollescos. No se porque Gema se pudo hacer el contrato con Vodafone un minuto antes que yo y luego a mí me pusieron mil y una trabas para poder hacer lo mismo. Además también me he dado cuenta, de que aquí casi todo el mundo tiene un tatuaje, y que mucha de esa gente trabaja en empleos de cara al público. Lo reseñable es que cuando están trabajando esos tatuajes quedan a la vista, ya sea en el antebrazo, el cuello u otras partes. Algo que creo que en España difícilmente podría ocurrir. No sé, me ha resultado curioso la verdad.

lunes, 12 de abril de 2010

Zas, en toda la boca.

Tras los primeros días de integración y acoplamiento a lo que va a ser una nueva vida fuera de España, podría decir que creo no haber fallado al tomar esta decisión. Aunque debo decir que los primeros días no fueron fáciles. Al llegar a Bristol, tanto Gema como yo no sabíamos si ir en taxi o en autobús hasta el hotel en el que nos estaban esperando. Finalmente optamos por subir al autobús del aeropuerto, que nos dejaría en la estación de tren de Temple Meads en Bristol, donde deberíamos montarnos en un tren que nos iba a llevar hasta Weston Super-mare, un pequeño pueblo de la costa suroeste de Inglaterra, en el que tuvimos que coger un taxi hasta el hotel. El resultado económico total de esta aventurilla inicial ascendió hasta unas 50 libras (25 cada uno), aunque lo mejor fue cuando llegamos al hotel y el manager que nos recibió nos preguntó cómo habíamos llegado hasta el hotel. No pudo evitar sonreir (y seguramente pensar: “qué palomos”) antes de decirnos que por unas 20-25 libras (entre los dos) podíamos haber llegado a la puerta del hotel desde la misma puerta del aeropuerto. (Compadre si es que lo mejor es un taxi de puerta a puerta o tu mercedes güeno ahí, ¿es o no?)


A nuestra llegada nos recibió uno de los managers del hotel, que tras enseñarnos las instalaciones del Sand Bay Leisure Resort, nos condujo a nuestra habitación, en la que había dos camas individuales, una mesita de noche y un mueble con varios cajones donde guardar nuestras pertenencias. Más allá de dónde alcanzaba nuestra vista, al fondo de la habitación, había un pequeño vestidor con unas seis o siete perchas y dos pequeñas habitaciones a los lados, una para un retrete y otra para una bañera y un lavabo, ambas con una pequeña ventana donde hacían, hacen y seguirán haciendo de las suyas las arañas y sus primos y familiares, aunque también debo mencionar que en el resto de la habitación los arácnidos también nos hacen compañía. La habitación no es muy grande, pero tengo que decir que es temporal, pues dentro de cuatro o cinco días nos van a dar como una pequeña casita con dos habitaciones y un baño (ya explicaré un poco más de esto porque ahora mismo no es que sepa mucho sobre las casitas donde viven los empleados del hotel).


Al poco tiempo de dejar nuestras maletas en la habitación conocimos a varios españoles que están trabajando en el hotel, que nos dieron sus impresiones sobre lo que significa para ellos estar y trabajar en el Sand Bay. Parecen gente amable y simpática, además son españoles, que ya es un punto a su favor. Tras conversar un rato con ellos, llegué a la conclusión de que este sitio no era nada parecido a lo que la tipa de la agencia nos había dicho. Nada de un resort, ni nada parecido a marina d’or, no se porqué pero algo me temía. La mayoría de los clientes superan los 60 años y/o están jubilados, lo cual no es nada malo porque luego sus propinas serán más jugosas. Además de esta esclarecedora conclusión, también me di cuenta de que en el Sand Bay existe una especie parecida a los rumanos en España, los polacos. Al parecer son auténticas fieras en el trabajo, en el sentido de que están aquí por y para trabajar, además de para estar bebiendo vodka o lo que sea todas las noches (ya contaré más historietas sobre estos personajillos de piel blancuza y mala cara). En resumen, que esto parece un hogar de jubilados y un hospicio de rumanos a los que dan empleo y alojamiento más que un complejo turístico. Con el tiempo podré tener más y mejores conclusiones que espero poder contar a quién esté dispuesto a leerlas.


Pero sin duda la mejor parte del día fue cuando decidí ducharme. No había ducha, había una bañera en la que noté que faltaba algo. Tras mucho pensar, dije: “¡coño! qué no hay manguera”. Después de mi sutil perspicacia ante esta situación, tuve que llenar la bañera y darme un baño de esos que tanto le gustan a Pantoja, con alguna que otra dificultad.